(Sp) Tacón de aguja . . .

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Tacón de aguja.

Lo que más me llamó la atención era la incongruencia de todo. Un aviso de media página con una pelota de fútbol junto a una hermosa pierna de mujer en tacón alto. Tacón de aguja con zapatos rojos – y cómo alguien puede caminar en un aparato así era punto aparte. Lo que sí me pregunté era que tenía que ver la pelota con los zapatos. Debajo de todo en grandes letras decía “¡Ven aquí!”

Lo primero que se me ocurrió era que estaba llamando a su novio. Lalo, un vecino decía que estaba llamando a su perro.

— ¿Si llama su perro, por qué el tacón de aguja? —pregunté. No tenía sentido.

—Porque ningún hombre es tan cobarde, tan super gallina, para obedecer a una tonta que lo llama de esa manera.

—No conoces a todos los hombres —respondí. —Quizá algunos sí.

—Ni lo pienses —dijo Lalo, bien seguro de su opinión.

Y así, en veremos, quedaron las cosas por una semana. Cuando me encontré con Lalo y nuevamente surgió el tema, estábamos en las mismas.

 

— ¿Te acuerdas del aviso con el tremendo tacón? —me preguntó.

— ¿Quien se puede olvidar? —le dije.

—Me pasé la semana analizando y llegué a una conclusión.

No dije nada pero asentí con la cabeza señalando que continuara.

—Lo único en colores son los zapatos, ¿de acuerdo?

—Sí, bien, —respondí.

—Todo lo demás en blanco y negro, ¿de acuerdo?

—Sí, claro.

—Si eres hombre, los zapatos rojos llaman la atención. Si eres perro, todo se ve en blanco y negro. Quiere decir que tienes razón —me dijo. —Seguro que llama a su novio. Desgraciadamente hay más de un cobarde en este mundo.

—Por otro lado, —le sugerí, —si es hombre no tienen que llamarlo. Con esa pierna y ese zapato un hombre viene corriendo y llamarlo está demás. Creo que tú tienes razón, creo que sí llama a su perro.

Cuando se fue, se fue pensando.

 

Tal cual quedaron las cosas por otra semana más, cuando volví a encontrarme con mi vecino.

En esa ocasión, cruzó la calle al trote y me saludó apurado. Estaba haciendo ejercicio y todo sudado, pero igual siguió trotando en su lugar y apurado volvió al tema anterior.

—Creo que ese famoso aviso insinúa que hay dos tipos de hombres. El primero, un perro cobarde que se deja dominar y obedece a ese tipo de manejo. El segundo, un tipo que viene corriendo y le gusta que le digan así. Pienso que para él, “¡Ven aquí!” no es un mando, sino una invitación.

Antes de yo responder, salió corriendo y no lo volví a ver durante la semana. Y durante esa semana seguí pensando, aunque para mí, el tema del aviso ya era cosa añosa. Para él, seguro que seguía siendo tema actual, como la última edición.

 

El sábado siguiente me vio y cruzó la calle actuando de capa caída.  Con el espíritu rendido, pensé yo, y reanudó el tema anterior.

—No puedo dormir pensando es ese estúpido aviso, —me confesó. —Creo que es un complot femenino para humillarnos.

Tenía toda una teoría bien pulida explicando su manera de pensar, pero levanté la mano para callarlo y le dije que no era así.

—Leí que era un aviso de Prada, —le expliqué. —Una marca de zapatos, pero por algún motivo al poner la tinta roja se equivocaron y borraron el nombre. Eso es todo.

Sentí que le venía un alivio. Más, no solo lo sentí, pero lo vi: los hombros caídos se elevaron, la cara se expandió, se le vino una sonrisita y con pinta de alegría volvió a su casa; me imagino que contento por primera vez en más de un mes.

Años después confieso que no era verdad lo que le dije, pero a Lalo le hiso bien dejar de pensar en eso. A mí, por otro lado, nunca se me olvidó, y aunque no es una obsesión, de vez en cuando pienso en ese aviso, y me imagino que la tonta del tacón me dice a mí. “¡Ven aquí!”