(Sp) El caminante y el filósofo . . .

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El caminante y el filósofo

 

Por un camino de tierra, ¿dónde? cerca del mar.

Un camino cualquiera, tanto más no importa.

Caminaba disfrutando. ¿Cómo? Despreocupado, igual que siempre,

mirando las olas, la playa – un camino de costa.

¿Cuándo? De verano, y lleno de polvo puesto que

era la costumbre, rumbo a la tienda supongo.

¿Para qué? Ni idea tengo, tanto tiempo que bien pasó,

varios años incluso, y ya ni me acuerdo.

Y resultó que en una vuelta del camino – una sorpresa ‒

me topé con un barbón. Los dos nos miramos, el uno al otro,

el otro al uno, quien sabe por qué razón.

Yo andaba sin apuro y con todo gusto le cedí el paso,

pero él inmóvil permaneció. Era como si de pronto se asombró,

quizás era yo, sin duda más que algo vio. Estaba como trabado,

con la mirada ausente la mente vacía . . . me pareció.

Por conversar le curioseé si estaba bien, y para dónde seguía.

Por un buen rato no contestó, pero en pocos segundos,

sí me miró, y ocurrió que de mi mente tan fácil nomás,

e inesperadamente se apoderó.

Fue entonces que noté debajo de esa gorra

una mirada inteligente, penetrante,

y no me pude mover. Traté, pero nada ‒ fue inútil‒

no sabía que una mirada podía ser tan fuerte.

Apenas respiré, por suerte, y sin saber de dónde,

con un poco de esfuerzo voz me salió,

y le expresé casualmente: — Si usted quiere ayuda,

o que le muestre el camino, aquí estoy yo.

Al día de hoy jamás averigüé y todavía no sé por qué

hablé tal imprevista cosa. Al igual, tampoco sé por qué,

pero en ese instante lo juro, y una cosa bien extraña,

me dieron ganas de ir a misa.

Es como que de pronto me sentí mareado, un poco atontado,

fue todo un sobresalto. Y él, dándose cuenta de mi estado,

en un francés bien bonito me aclaró,

(y para que el leyente no sufra ya lo tengo traducido)

—Voy a ver el mundo— explicó el, —y hacer un paseo.

Al oírlo hablar y no sabiendo francés, ¡un milagro!

E igual le entendí todo. En el momento no me pareció nada de raro,

sino que me alentó, un respiro, sentí una calma y un alivio.

Por lo demás, en un instante se me quitó el susto y le dije

—Si quiere lo acompaño.

Me dijo —Muy bien, si gusta. Y si de su tiempo usted es dueño.

 

Así nomás, y casi sin querer o tal vez por providencia,

resultó que recorrí una gran parte del mundo.

Y sin contar el pasar del tiempo,

no me costó mucho. Por lo demás al vaivén de caminar

ya estaba más que acostumbrado.

Ahora que lo pienso, confieso que en el momento que comencé,

me pareció  no era tan lejos ‒ que ignorante ‒

pero de verdad, nunca la pensé.

Y en poco tiempo, por decir unos días, ya iba bien encaminado.

Mucho después consideré que como favor siquiera,

me podría haber advertido. Pero en el momento como ya dije,

nunca se me ocurrió. ¡Que capricho!

Y el mundo de verdad si es grande, ancho y ajeno,

como otros ya lo han dicho.

Pero eso no lo iba a saber por varios años más.

Y si lo hubiera sabido, quizás ¡no hubiese ido jamás!

 

Sobre la marcha, y entre otras cosas le pregunté

su nombre al barbón. No sé si le entendí bien,

pero se me ocurre que dijo: —Gastón.

Y para no preguntarle dos veces, así fue como lo apodé.

Después por algún motivo, o probablemente

de puro intruso o ingenuo

Se me ocurrió preguntarle nada menos

que cuál era su gremio.

Me quedó mirando. Seguro pensó que yo era muy impertinente,

pero los caminos del mundo son extensos y

de alguna manera hay que pasar el tiempo.

¿Qué más da que consulte e investigue?

No obstante cuando me dijo, igual quedé colgado,

ya que nunca había oído tal cosa.

Según él, era un filósofo y no sabiendo qué era,

rumié que sí era cosa chistosa.

—De que te ríes tontón— me retó de buenas ganas.

—Sorry, de nada, perdón— le pedí que acepte mis disculpas.

En seguida apelé que igual me lo explicara.

(De filósofos no sabía ni una pizca.)

—No tengo oficio como tal—dijo él,

—Pero quisiera saber si el hombre importa más que una mosca.

Eso me calló por un buen rato, lo cual era poco usual,

ya que caminando y hablando, así era yo, tal cual.

Pronto me recuperé y sin pensarlo más,

igual lo seguí interrogando.

Paso por paso nos comíamos la distancia

y continuábamos avanzando

y sobre la marcha dialogando.

 

Él me preguntó de mi vida, yo le conté,

y después le pregunté sobre la de’l.

Difícil era discutirle y al comienzo nos entendíamos tan mal,

a ratos pensé nada menos que en la nombrada Torre de Babel.

Me hablaba del id y del ego y del gran espíritu humano,

Y yo mirando a mí alrededor pensando,

que si supiera donde estoy, seguro lo abandono arrancando.

Pero de a poco lo fui entendiendo cada vez más y más,

prueba está que luego me creía bastante sabio, todo un erudito.

¡Las ideas que tenía! Al inicio bastante raras,

después, bueno, un gran descubrimiento.

 

Y fuera de charlar, ¡qué cosas las que vimos!

Puestas de sol, lunas, estrellas y amaneceres de todos tipos.

Bichos raros, plantas más raras, pero nunca tan raras

como la gente que conocimos.

Y para que hablar de idiomas, o de aves, o montañas,

o costumbres, e incluso la comida; eso sí era punto aparte.

Me costó educar el paladar ‒ todo tan diferente y cambiante.

Y así fue, palabra de honor, que de milla a milla,

apenas efectuaba comer ensalada de algas

con canela y carnitas de iguana o rana

que salían con pastel de termitas

y colitas de alacrán . . . que a mi gusto son tan agrias.

En resumen, era cualquier cosa al buche, lo que se pille o Dios provenga,

y yo remolinando un cucharón pensando que Dios puede que provenga

o no venga, pero que conste – a mí no me gustan los bichos.

Y de mujeres, pa’ que hablar, y cuidado con todo lo dicho,

que en ocasión casi termino casado, con mínimo dos señoras.

Y si bien la idea era de recorrer y caminar

hubo veces que’n mi opinión, la única defensa,

(y esa no muy original), era salir a las galopadas.

O como dicen en mi tierra y tan vulgar,

—Escapé jabonado.

(Nunca hubo matrimonio como tal, pero viudas,

¡fatal! Y sí, algunas quedaron de lado).

 

Sin embargo, en general la vida de caminar era todo un descanso,

la gente amable, el camino alegre, tranquilo, y manso.

Caminos de alta montaña, de selva virgen, de seguir un río.

De zigzagueo, uno más lindo que’l otro, vale decirlo.

Además un secreto: hay que aprender a ver, no basta con solo mirar,

y de trotamundos estrené, ahora soy profesional.

Resultó ser único el vagabundeo, con tiempo para pensar y comprobar.

Tanto así que a mi compañero un día le pregunté

si esta era la famosa senda donde se dice han ido

los pocos sabios que en el mundo han sido.

Me miró sorprendido. Eran palabras de un tal favorito de él,

y muchas veces me lo había mencionado y repetido.

—Sí—me dijo —pero ojo, de esa gente hay poca.

—Tan poca, que pienso hay una ley que las sofoca.

 

Me retardé un buen tanto, capaz mil millas o más,

y muchas de ellas en plena cordillera o bordeando el mar,

pero al fin y al cabo, y después de mucho laburo

finalmente entendí de qué se trata filosofar.

Y me pareció una cosa linda, lógica, fabulosa,

de todas maneras más fácil que trabajar.

Mi colega me miraba de reojo, aceptándolo todo,

y con cara de que ‘este burro no tiene arreglo.’

Yo, ya lo conocía, y al rato la carita se le pasó,

y de buen humor se reía de mi total ignorancia,

y sonriendo me aseguró que contra esa no hay ley alguna,

y que el mundo al igual que yo, disfrutaba de una gran abundancia.

Total, como ya éramos amigos, no me resentí para nada,

por lo demás era difícil contradecir mientras el filosofaba.

Entre otras cosas me di cuenta que el día no espera a nadie,

¿Preocupado de otra cosa, o peleando con mi almohada?

Las puestas de sol o lindas mañanitas de nubes encendidas,

por linda que se vean, o que tan bien decoradas . . .

no importa, ocurren igual, estando yo ahí o ausente,

sean las de hoy como antiguamente.

 

Y así fue que poniendo un pie delante del otro

llegamos al fin, y diría yo más menos de forma abrupta.

O quizás no era un fin, pero el inicio de otro viaje parecido,

para regresar a casa, sospecho, esta vez por otro lado,

y así dar toda la vuelta, que por lo demás no era tanto vuelta,

sino mejor dicho un tremendo recorrido.

Entretanto, aprendí del Francés Nietzsche, y casi todo

sobre el favorito de Gastón, el Alemán Rousseau,

¿O será al revés? creo que sí, no estoy seguro,

pero bueno, de nacionalidades ¿qué se yo?

Y la filosofía ya no era cosa tan extraña,

no digamos tampoco muy conocida ni mundana,

pero sí, algo aprendí, y descubrí que hace bien caminar,

siempre y cuando no sea todo una selva llena de bichos,

tal como la Amazona.

 

mt

 

 

3 thoughts on “(Sp) El caminante y el filósofo . . .

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