(SP) Una cuento sin fin

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Un cuento sin fin

Una mañana en que con pocas ganas leía el periódico, el ejemplar de ese día para mí un disgusto, estando tan lleno de las malas noticias de siempre, me acuerdo que una cosa sí me llamó la atención. En algún rincón casi desapercibido y como nota interesante, decía que en la zona metropolitana de Nueva York, la gente comía un promedio de 2 huevos diarios. Curioso, averigüe que en la zona mencionada vivían 24 millones de personas. La conclusión fue fácil pero no menos sorprendente: para mantener ese promedio, se necesitaban 48 millones de huevos todos los días.

Guau, pensé. Y el dato tan inesperado siguió a vueltas en mi cabeza. Tanto así, que  me propuse investigar el significado de esa información.

Según la enciclopedia, las gallinas que más ponen, ponen 280 huevos por año. Un promedio de 0.77 huevos/día. Sacando la cuenta, se necesitaban un mínimo de 62 millones de gallinas ocupadas poniendo, solo poniendo y no inventando nada más. Y eso es Nueva York, pensé. ¿Y el resto del país, qué?

Otros pormayores:

  • 48 millones de huevos son 4 millones de docenas.
  • Un camión grande (18 ruedas) y refrigerado, lleva 18.000 docenas, por lo tanto se ocupan 222 camiones todos los días para llevar los huevos a sus puntos de distribución. De ahí, miles de camiones chicos, camionetas o autos, para llevar los huevos a los súper, a los restaurantes a las casas.
  • Una gallina consume 152 gramos de alimento por día. Equivale a 9,424 toneladas (métricas) de alimento.
  • Un camión carga 18 toneladas, lo que significan 524 camiones llevando alimento de la fábrica a las gallinas.
  • 222 camiones con huevos más 524 con alimento son 746 camiones, rodando sobre 13,428 llantas.
  • Para simplificar, considerando que todo este alimento es trigo (sin contar vitaminas, calcio, proteína de soya, antibióticos, etc.) significa 3,141 hectáreas de trigo (promedio de 3 toneladas por hectárea) cosechadas para satisfacer las comilonas ese un día.
  • Esto ocupa 29 cosechadoras de las grandes, cada cual trabajando 12 horas, cosechando 27 ton/hora, cada máquina costando US $500.000.
  • Las valientes rinden a ese nivel por un promedio de diez meses lo que a su vez significa 62 millones de pollos en diferentes etapas de crecimiento para reemplazarlas a su debido tiempo. Pero eso ya es cuento aparte.
  • Alojar 62 millones de gallinas requiere de 826 galpones, cada cual con lugar para 75.000. Ahí, en un estrecho casillero de malla, cada cual recibe su alimento y agua, más las 15 horas de luz por día, consideradas como el mínimo necesario para poner esa cantidad.
  • La razón que las gallinas necesitan esa cantidad de luz, y por qué no ponen a oscuras, no la sé y no averigüe.

Me pareció increíble todo lo que hay que hacer para tener huevos. Y eso no era todo, era solo un comienzo. Hay que acordarse también que no se mencionan choferes, combustible, mantención de maquinaria, camiones, caminos y puentes, veterinarios, preparar la tierra, conseguir y sembrar la semilla, tirar fertilizante, seleccionar los huevos por color y porte, ajustar las cuentas debido a los huevos quebrados o trisados, envasar . . .  y se pierde la interminable cadena de suministros en el horizonte, con un sinfín de eslabones, cada cual necesario.

Un día viajaba con Salvador, un trabajador Nicaragüense y mientras sufríamos una demora en la carretera, supongo a razón de alguna imprudencia de otros, como es la costumbre, le comenté que se necesitaban 62 millones de gallinas para los 48 millones de huevos requeridos diariamente en Nueva York y sus cercanías. Pensé daría para una conversa mientras esperábamos.

Él la pensó y después de un rato preguntó.  — ¿Que acaso una gallina no pone un huevo cada día?

— No—, expliqué, ya que la tenía clara J — Las buenas productoras ponen 280 huevos por año, es decir un promedio de 0.77 por día.

— ¿Y cuánto es eso?— preguntó sospechoso.

— Digamos 3/4 de huevo por día—, respondí, para aclarar el asunto.

El no dijo nada pero noté que sacaba cuentas y la pensaba.

— Jefe, no me parece—, dijo finalmente. — Que yo sepa, una gallina o pone un huevo completo, o no pone. ¿A quién le sirve un huevo que no está entero?

— Es solo un promedio—, le dije. — Quiere decir que ponen un huevo cada 31 o 32 horas.

Lo cual creó más confusión y lejos de aclarar el asunto, logró que Salvador tomara otro camino, uno que terminó por confundirme a mí.

— ¿Y cómo saben las pobres cuando han pasado las 32 horas?— preguntó después de sacar cuentas. — ¿Que acaso les ponen despertador?

Pensé explicarle el asunto pero no supe cómo. Terminamos sufriendo la demora en la ruta y el resto de la carretera en silencio.

Cuando le comenté lo sucedido a un amigo que enseña tecnología en la universidad me contó que justamente tenía un estudiante sacando un doctorado y la tesis era sobre “como un experto le puede explicar las cosas a otro,” quizás no tan experto.

Yo me acordaba la frustración que sentí en otra ocasión, confundiendo a unos trabajadores, mientras les explicaba que el sol y la luna no eran del mismo tamaño, que el sol era miles de veces más grande, pero debido a la distancia, se miraba más chico ya que estaba más lejos. No sé qué pensaron, pero después de mucho dibujar en una servilleta, estoy seguro que no los convencí.

Sabiendo que mi frustración no era mía solamente, que se repetía en otros temas con otras gentes y que se estaba estudiando, me sentí mejor. Quizás explicar algo técnico, sobre todo a una persona con menos conocimientos de ese tipo, no era tan así nomás.

Poco después, cuando Martín, un carpintero que contraté se puso a sacar cuentas de cómo restarle 1¾″ pulgada a 24 ⅝″, lo senté y con papel y lápiz traté de explicarle el asunto, esta vez con más confianza. —Simple—, empecé diciendo, —una pulgada tiene dos mitades, cuatro cuartos, ocho octavos— . . . y hasta ahí llegué. Noté que arrugaba la frente y ponía cara de aturdido.

Se lo comenté a un amigo bioquímico y me salió con el mínimo común denominador y no lo dejé terminar ‒ sería lo mismo que hablarle en chino a Martín.

Más adelante, Salvador volvió a retomar el tema de los huevos. Se notaba que igual que yo, había quedado inquieto con la previa conversa: para él, los números no cuadraban. Me contó que en su casa cuando chico tenían gallinas, pero a nadie nunca se le ocurrió contar las gallinas o los huevos, ni menos sacar un promedio.

— Mi mamá se encargaba del gallinero—, comentó —y habían huevos, claro que sí. Todos los días salía a buscarlos y volvía con la canasta llena, pero que yo sepa, nunca los contó, ni menos yo. Siempre pensamos que cada una ponía un huevo todos los días, que ese era el promedio. Por lo demás, los huevos sobraban—, terminó diciendo —y regalábamos más de la mitad.

A continuación  me contó de su tía Cuca, que murió y que los promedios no le habían servido a ella tampoco. — En mi país el promedio de vida para una mujer es de 80—, me dijo —y ella murió a los 60. Dígame jefe, ¿de qué le sirvieron los promedios?

— Para nada—, le dije, —para absolutamente nada.

No hace mucho, eran tiempos más simples, pensé. Ni camiones de 18 ruedas, ni grandes plantaciones de trigo, ni horas de luz artificial, ni antibióticos o fábricas de alimento para las gallinas: los huevos se conseguían sin usar tecnología ni máquinas millonarias. Solo gallinas y nada de promedios: ni de huevos, ni menos de vida. Simple, y los huevos sobraban, como Dios manda. Quedé con la duda si quizás eran mejores tiempos.

mt

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