Una conciencia menos
Amigos,
en caso de que no se han dado cuenta,
todavía,
piensen en lo poco que sirve
tener una conciencia.
La conciencia nunca duerme,
y está siempre atenta a lo que uno hace.
Por no decir fastidia,
y si no es una cosa, es la otra,
y cuando no traba,
estorba.
Algunos la soportan, no sé cómo,
pero hablando de la mía,
ya me tiene cansado, podrido,
y vivo eternamente afligido.
Se me olvidó mencionar lo
inoportuna que es – la quiero ahorcar.
Por ejemplo,
uno quiere cometer un delito,
y en la oreja siente un tironcito.
Es la conciencia sentada en el hombro diciendo:
—Piensa hombre lo que estás haciendo.
— ¿Hasta cuándo?— digo yo,
—ni un segundo me deja tranquilo.
Bueno, como les conté,
ya me cansé y la traté de agarrar.
La intención era de pulverizarla.
Dejarla en mil pedazos, triturarla,
y después dorar el resto en aceite caliente
cosa que nunca más moleste.
Eso sí, ligerito me di cuenta
que tan fácil como yo pensaba
la cosa no era.
Una conciencia liviana, si bien es frágil,
es ágil, y bien despierta,
siempre más ligera
de lo que uno se imagina.
La maña era hacerla pesada, lenta,
para que el mismo peso
le sirva de obstáculo,
de impedimento.
La solución para mí fue la siguiente:
Quemé la casa de la viuda en frente.
Y que conste, pero lo siento,
con viuda y todo
adentro.
La razón que me dije yo mismo,
es que la casa,
fuera de ser un vejestorio,
era de dos pisos,
y me quitaba la vista al estero.
En el fondo, fue un deleite,
y me dio impulso.
El próximo vagabundo
que pasó a pedir pan duro,
lo desnuqué con un golpe
de palo, y lo oculté
en el subterráneo.
Después de ese primero,
agregue varios.
Mi plan era de juntarlos –
en invierno,
tener un stock, por decir un buen surtido,
desde luego frescos y recién congelados.
Mas adelante,
el propósito era venderlos,
llegando la primavera,
supongo,
a una escuela de medicina.
Y así fue como poco a poco
mi conciencia se puso lerda, torpe,
cada día más y más lenta, y pesada,
como que alrededor del pescuezo
tenía un ancla amarrada.
Finalmente,
no me costó nada atraparla
ya que apenas se movía.
La primera noche la encerré
en una jaula.
La cosa era en la mañana
no tener que salir a buscarla.
Después la mantuve a golpes,
porrazos, y patadas todo un día.
Tanto así, que el día siguiente
apenas se movía.
Amaneció
con moretones por todos lados,
los dos ojos en un lindo
tono – de tinta.
Y para estar seguro, igual y con gusto,
le refresqué la tunda – fue un agrado.
Resultado, (y uno que recomiendo):
Nunca más se apareció,
nunca más me molestó,
nunca más siquiera
se asomó en mi vida.
Desde ese día en adelante,
hago lo que quiero.
Lógicamente que siempre,
me preocupo de ser prudente,
y duermo como un angelito,
tranquilo,
sin un querer, sin ansiedad alguna
a modo de nene en su cuna.
Como punto aparte les cuento que
con la ganancia de los vagabundos,
conseguí el terreno
ya mencionado.
El del otro lado de la calle,
(y fue bien pagado).
Se lo compré sin argumento alguno
a los herederos de la viuda,
y en vez de construir, limpie el sitio,
y planté gardenias en su memoria.
Con pensamientos, azaleas, tulipanes,
y azucenas complementé.
Todas adornan,
y vieran, lo linda que se miran.
mt
3 thoughts on “(Sp) Una Conciencia Menos”
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